Queremos compartir el amor de Dios contigo, para que juntos caminemos con Cristo y un día lo veamos cara a cara.
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sábado, 13 de abril de 2013
“Una respuesta”
Jeremías
33:3 Clama a mí, y yo te responderé,…
Por
César Daniel López
Había un hombre que era muy
malo con el pueblo de Dios, no que los golpeara o que los insultara, pero sí en
que cada que podía sacaba de sus casillas a los cristianos, les pedía que le
explicaran la Biblia y sólo jugaba a hacer preguntas en círculos; así era Don
Beto.
Una mañana mientras paseaba,
caminó cerca de la casa de una hermana, ancianita ya, era a la única que don
Beto no había molestado, pero no porque la respetara, sino porque no había
tenido la oportunidad y parecía que al fin había llegado. Escuchó la oración de
esta hermana, pedía ayuda al cielo porque no tenía dinero para comprar comida,
así que imaginó un plan para burlarse de aquella mujer que amaba a Dios.
Fue a la tienda del pueblo y
compro comida como para un mes, la puso en una canasta y la llevó a la casa de
la hermanita. Tocó a la puerta y al salir la hermana le dijo: “Le mandan esto”,
ella agradeció y comenzó a cantar un himno con todo su corazón –Si aún las aves
tienen seguro asilo en Él—Aquel hombre esperaba el momento de que la mujer le
dijera ¿Quién lo envió? Para así decirle: “El demonio lo envió”, pero la mujer
nunca le preguntó y siguió cantando –Si en mi la fe desmaya y caigo en la
ansiedad, tan sólo el me levanta, me da seguridad.—Don Beto no pudo dejar de
asombrarse de la fe de esta mujer, y le dijo socarronamente: ¿Sabe por qué le
traje estos alimentos? Ella sonriendo le contestó: Claro que lo sé, yo no tenía
dinero para comprar comida, así que hice lo que no falla; oré a Dios, cuándo yo
me hice cristiana escuche lo que dice Jeremías 33:3 Clama a mí, y yo te
responderé,… y eso pasó yo clamé a Él y Él me respondió por medio de usted.
Si clamamos a Dios, siempre
nos responderá y nunca nos dejará y verá por nosotros en toda circunstancia.
Clamemos
a Dios y Él nos responderá
“Promesa de Dios, promesa que se cumple”
Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Hec 16:31
Por César Daniel López
¡Señor, ayúdame! – Era la
oración de una mujer que amaba a Dios, desde niña había conocido el amor del
Señor, se entregó a Él, le sirvió desde su juventud siendo instructora de
niños; era su gozo ver a los pequeños
adorar a Dios, mirarlos crecer y ver que el Señor los llamaba a servirle,
muchos de sus “niños” ahora eran profesionistas, estudiaban en la universidad,
pero su alegría más profunda era que esos “niños” ahora eran pastores, músicos,
maestros, diáconos y cristianos fieles.
Pero no todo había sido miel
sobre hojuelas; había enviudado hace algunos años, su salud se estaba
deteriorando por la diabetes que la aquejaba, su situación económica no era la
más favorable y la distancia con su hijo era una “prueba” que no terminaba de
entender. Llegó el momento que se sintió cansada, sin fuerzas y después de
tratar de sobrellevar esto, se sintió sola. --¿Cómo puede ser que puede educar
a los niños de la iglesia y no a mi propio hijo?—se decía a sí misma. El pensar
que su hijo se estaba perdiendo le estrujaba el corazón, ese muchachito que
desde que nació fue dedicado al Señor, que se aprendía el texto más largo,
ahora se perdía en la depresión y en las drogas. El dolor era indescriptible,
las lágrimas eran la constante en el rostro de esta mujer.
Se recostó sin fuerzas en su
cama, y en cuestión de segundos se quedó dormida. Se miró en la escuela
dominical con sus “niños”, enseñando con mucho gozo sobre el Carcelero de
Filipos. Un muchachito levantó la mano y con una sonrisa dijo: “Entonces ¿Si creo en Dios, mi papá puede ser salvo?”,
--Si esa es la promesa de Dios, pero debes creer, aunque pase mucho tiempo,
debes creer--. Y de súbito despertó de su sueño.
Corrió a la Biblia y buscó
Hechos 16:31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu
casa. Y esa fe se renovó, --¡Señor, ayúdame!—inició una oración con todo su
corazón. Lo primero que ocurrió fue que sus lágrimas cambiaron de sabor, de
amargas a sabor esperanza. Lo segundo fue que su hijo al escuchar la oración
por él, se sintió invadido por el amor de Dios. Y si, se reconcilió con Dios y
su mamá.
Para
ver una promesa cumplida, hay que creer la promesa sin que importe cuanto
tiempo pase.
sábado, 12 de enero de 2013
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