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sábado, 13 de abril de 2013

“Promesa de Dios, promesa que se cumple”


Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Hec 16:31

Por César Daniel López

¡Señor, ayúdame! – Era la oración de una mujer que amaba a Dios, desde niña había conocido el amor del Señor, se entregó a Él, le sirvió desde su juventud siendo instructora de niños; era su gozo ver a los  pequeños adorar a Dios, mirarlos crecer y ver que el Señor los llamaba a servirle, muchos de sus “niños” ahora eran profesionistas, estudiaban en la universidad, pero su alegría más profunda era que esos “niños” ahora eran pastores, músicos, maestros, diáconos y cristianos fieles.

Pero no todo había sido miel sobre hojuelas; había enviudado hace algunos años, su salud se estaba deteriorando por la diabetes que la aquejaba, su situación económica no era la más favorable y la distancia con su hijo era una “prueba” que no terminaba de entender. Llegó el momento que se sintió cansada, sin fuerzas y después de tratar de sobrellevar esto, se sintió sola. --¿Cómo puede ser que puede educar a los niños de la iglesia y no a mi propio hijo?—se decía a sí misma. El pensar que su hijo se estaba perdiendo le estrujaba el corazón, ese muchachito que desde que nació fue dedicado al Señor, que se aprendía el texto más largo, ahora se perdía en la depresión y en las drogas. El dolor era indescriptible, las lágrimas eran la constante en el rostro de esta mujer.

Se recostó sin fuerzas en su cama, y en cuestión de segundos se quedó dormida. Se miró en la escuela dominical con sus “niños”, enseñando con mucho gozo sobre el Carcelero de Filipos. Un muchachito levantó la mano y con una sonrisa dijo: “Entonces ¿Si creo en Dios, mi papá puede ser salvo?”, --Si esa es la promesa de Dios, pero debes creer, aunque pase mucho tiempo, debes creer--. Y de súbito despertó de su sueño.

Corrió a la Biblia y buscó Hechos 16:31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y esa fe se renovó, --¡Señor, ayúdame!—inició una oración con todo su corazón. Lo primero que ocurrió fue que sus lágrimas cambiaron de sabor, de amargas a sabor esperanza. Lo segundo fue que su hijo al escuchar la oración por él, se sintió invadido por el amor de Dios. Y si, se reconcilió con Dios y su mamá.

 

Para ver una promesa cumplida, hay que creer la promesa sin que importe cuanto tiempo pase.

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