Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Hec 16:31
Por César Daniel López
¡Señor, ayúdame! – Era la
oración de una mujer que amaba a Dios, desde niña había conocido el amor del
Señor, se entregó a Él, le sirvió desde su juventud siendo instructora de
niños; era su gozo ver a los pequeños
adorar a Dios, mirarlos crecer y ver que el Señor los llamaba a servirle,
muchos de sus “niños” ahora eran profesionistas, estudiaban en la universidad,
pero su alegría más profunda era que esos “niños” ahora eran pastores, músicos,
maestros, diáconos y cristianos fieles.
Pero no todo había sido miel
sobre hojuelas; había enviudado hace algunos años, su salud se estaba
deteriorando por la diabetes que la aquejaba, su situación económica no era la
más favorable y la distancia con su hijo era una “prueba” que no terminaba de
entender. Llegó el momento que se sintió cansada, sin fuerzas y después de
tratar de sobrellevar esto, se sintió sola. --¿Cómo puede ser que puede educar
a los niños de la iglesia y no a mi propio hijo?—se decía a sí misma. El pensar
que su hijo se estaba perdiendo le estrujaba el corazón, ese muchachito que
desde que nació fue dedicado al Señor, que se aprendía el texto más largo,
ahora se perdía en la depresión y en las drogas. El dolor era indescriptible,
las lágrimas eran la constante en el rostro de esta mujer.
Se recostó sin fuerzas en su
cama, y en cuestión de segundos se quedó dormida. Se miró en la escuela
dominical con sus “niños”, enseñando con mucho gozo sobre el Carcelero de
Filipos. Un muchachito levantó la mano y con una sonrisa dijo: “Entonces ¿Si creo en Dios, mi papá puede ser salvo?”,
--Si esa es la promesa de Dios, pero debes creer, aunque pase mucho tiempo,
debes creer--. Y de súbito despertó de su sueño.
Corrió a la Biblia y buscó
Hechos 16:31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu
casa. Y esa fe se renovó, --¡Señor, ayúdame!—inició una oración con todo su
corazón. Lo primero que ocurrió fue que sus lágrimas cambiaron de sabor, de
amargas a sabor esperanza. Lo segundo fue que su hijo al escuchar la oración
por él, se sintió invadido por el amor de Dios. Y si, se reconcilió con Dios y
su mamá.
Para
ver una promesa cumplida, hay que creer la promesa sin que importe cuanto
tiempo pase.
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